El pupitre mágico

El pupitre mágico es la fantástica idea de una maestra con   un alumno con problemas de aprendizaje, que ha ideado un novedoso método para enseñarle partiendo de la idea de  que usando una luz en movimiento podría ayudarle a visualizar y guiarle en el recorrido de los grafismos. Fue el primer paso de un ingenioso sistema basado en un boli luminoso con el que ya han aprendido a escribir decenas de escolares.

El primero en probar la técnica fue el propio alumno. La tutora escribió en un folio el nombre del chico y lo pegó en una puerta de cristal de la clase. Después puso al niño delante de la puerta y ella se situó al otro lado (viendo el nombre a la inversa). Cogió un puntero de luz roja y siguió lentamente con él los trazos de cada letra mientras el niño observaba con atención. «Tienes que seguir la lucecita», le dijo. Y el chaval, lápiz en mano, repasó la palabra. Era solo el principio.

El curioso método, que su creadora ha bautizado (y registrado) como La comprensión del grafismo por la imagen visual, no fue fruto de la casualidad, sino de cuidadas reflexiones. Como que «el punto de luz tenía que ser pequeño y concentrado para no distorsionar el recorrido del grafismo», razón por la que ella pensó que el haz debía ser rojo, «ya que visualmente es un color que la vista retiene con rapidez y ayuda a la memoria visual».

Animada por los resultados del niño,  encargó a un carpintero que le construyera un pupitre en el que el tablero estuviera ligeramente inclinado y que, en lugar de madera, fuera de cristal. Así, los alumnos podían escribir en la mesa mientras la maestra paseaba el puntero por la parte inferior. Primero, con la letra o el número dibujados en el papel. A continuación, con la única referencia del punto de partida del trazo y con el grafismo elegido situado al lado para tener una guía.

A medida que los niños iban probando el método (se tuvo que construir una pizarra especial para que todos los alumnos pudieran ver a la vez el movimiento de la luz), su inventora comprobó que también servía «para detectar problemas visuales, de lateralidad, de atención…» y que, además de convertir el aprendizaje en un divertido juego, era muy útil para todo tipo de alumnos. Incluidos los que tienen dificultades motrices, de vista, falta de concentración o descoordinación.

Una de las claves del éxito de esta técnica es que «ayuda al niño a comprender el proceso de realización de los grafismos mediante el movimiento visual. No hace falta que hagan caligrafía», comenta la maestra, que no obstante explicita su respeto por los otros métodos de aprendizaje.

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