Un abrazo es mucho más que un simple gesto de cariño. De hecho, durante los primeros años de vida del bebé, el contacto físico es la manera de comunicarse con el mundo. Se convierte así, en uno de los lenguajes más importantes para que los niños y niñas disfruten de un correcto desarrollo emocional. A través de los abrazos, las caricias y el contacto piel con piel, los peques empiezan a construir su sentido de seguridad creando los vínculos de apego con los adultos que lo rodean.
Existen diversos estudios que tratan sobre la neurociencia, que demuestran que el contacto físico entre personas activan la liberación de oxitocina, también llamada la hormona del amor. Esta hormona tiene muchos beneficios, ya que ayuda a reducir el estrés, regula el ritmo cardíaco y mejora el estado de ánimo. Y, sobre todo, en la infancia, sus beneficios aumentan, ya que proporcionan a los peques una sensación de protección que les reporta seguridad y beneficios en su desarrollo personal y social. El abrazo en sí se convierte en un poderoso mensaje que conlleva muchas cosas positivas.
Según teorías del apego como la de John Bowlby, los vínculos afectivos tempranos son la base sobre la que el niño construirá su capacidad para relacionarse con el mundo. Un niño que recibe afecto y contención desarrolla una mayor confianza, autoestima y habilidades sociales. Por eso, cada abrazo cuenta.
Según Emmi Pikler, pediatra y pedagoga húngara, el contacto respetuoso y constante es clave para un desarrollo emocional sano. Su enfoque promueve el respeto a los ritmos del bebé y el cuidado afectivo como base del aprendizaje.
Abrazar no es un lujo, es una necesidad. En un mundo que muchas veces va demasiado rápido, regalar abrazos es ofrecer presencia, es decirle al niño “me importas”. Porque en el abrazo se acuna no solo un cuerpo, sino también un corazón en crecimiento. Cuando abrazamos a un bebé, les ofrecemos mucho más que cariño. Les estamos brindando un espacio seguro para crecer emocionalmente, para descubrir el mundo sabiendo que tiene un lugar seguro al que regresar. Esa sensación de protección y amor le ayuda en su desarrollo emocional, quedando grabada en su memoria durante el resto de su vida.
Como familias y educadores, tenemos el privilegio de ser ese primer vínculo afectivo. Debemos crear espacios donde los abrazos, las caricias y la cercanía física sean parte del día a día. De esta manera estaremos cuidando la salud emocional de los más pequeños. No se necesitan grandes recursos ni horarios especiales, solo presencia, brazos abiertos y disponibilidad emocional.
En un mundo en el que muchas veces las prisas y las pantallas nos alejan, elegir abrazar es un acto consciente de conexión. Es volver a lo esencial. Porque al final, los bebés no recordarán qué juguetes tenían o cuántas canciones se sabían… pero sí recordarán cómo se sintieron en nuestros brazos.
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