El hielo es un recurso cotidiano que encierra una magia sencilla y perfecta para trabajar en el aula o en casa. Con él, podemos abordar conceptos como el paso del tiempo, la temperatura, el cambio de estado y la observación atenta. Y lo mejor: sin necesidad de materiales costosos ni explicaciones complicadas.
Más allá de la ciencia, el hielo también nos invita a ejercitar la paciencia. No se derrite de inmediato. Hay que mirar, esperar, notar los detalles, anticipar lo que pasará. Y en ese proceso, los peques no solo aprenden sobre el mundo que los rodea, sino también sobre cómo estar presentes, cómo formular preguntas, cómo disfrutar de la espera sin necesidad de un resultado inmediato.
Este experimento que hoy te proponemos, sencillo en su planteamiento pero profundo en sus posibilidades, ofrece múltiples puertas de entrada: la sensorial, la cognitiva, la emocional. Lo importante es que se viva como una aventura compartida de descubrimiento, sin prisas ni respuestas cerradas.
Al ser un experimento, ponemos en marcha el pensamiento científico de los peques y, sentados en círculo en el espacio de la asamblea de clase, les animaremos a exponer sus ideas sobre el experimento, sobre el hielo y sobre lo que pasará. Para ello los adultos podemos hacerles preguntas del tipo:
¿Qué sabemos del hielo? ¿Qué es? ¿De dónde sale? ¿Qué pasa si lo dejamos fuera del congelador? ¿Creen que se puede frenar su derretimiento? ¿Qué lo acelera? Esta lluvia de ideas activa los conocimientos previos y da lugar a hipótesis que luego se podrán comprobar. Para ayudarlos, les mostraremos cubitos de hielo en diferentes condiciones (al natural, envueltos en papel aluminio, colocados sobre una esponja, metidos en un frasco con sal, etc.) y se pide a los peques que anticipen cuál se derretirá más rápido. Pueden hacer dibujos o marcas simples para registrar sus predicciones.
Una vez los peques han elaborado sus hipótesis, llevamos a cabo los experimentos para demostrarles que el hielo se puede derretir muy rápido o no tanto. Según lo que hagamos con el. Y para ello llevaremos los siguientes experimentos:
Jugar con los tiempos. Congelar un mismo objeto en distintos tamaños o formas (cubito pequeño, bola grande, capa delgada) y ver cuál se derrite antes. Esto abre preguntas interesantes sobre el volumen, la superficie y el paso del tiempo.
Relato acompañado. Mientras se derrite el hielo, contar una historia inventada sobre un personaje atrapado en un reino helado o inventar un diálogo entre dos cubitos. Esto da una dimensión narrativa que engancha y sostiene la atención de los peques.
Como conclusión, podemos decir que cuando un peque ve cómo un cubito de hielo se transforma lentamente en agua, está viviendo una experiencia de cambio, de tiempo y de ciencia. Pero también está aprendiendo a mirar con atención, a formular preguntas, a esperar. Este tipo de experiencias sencillas son las que siembran en ellos la semilla del pensamiento científico, de su curiosidad y su capacidad para explorar el mundo. Y lo mejor de todo: no hace falta más que ganas, un poco de hielo… y el deseo de descubrir juntos que incluso el frío tiene sus trucos.
Y, si como en la foto, usáis hielo con colores, podéis aprovechar la actividad para realizar otra de plástica y hacer una bonita «obra de arte»
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