En la primera infancia, los peques están inmersos en un proceso de descubrimiento del lenguaje que va mucho más allá de aprender a leer y escribir de forma convencional. La expresión escrita en los primeros trazos, en los dibujos que «cuentan cosas», en los garabatos que tienen intención, en la necesidad de dejar huella y comunicar algo a través de símbolos propios.
Fomentar la expresión escrita desde los primeros años es ofrecer a los niños y niñas la oportunidad de experimentar el lenguaje como una herramienta viva, propia, flexible. No se trata de adelantar aprendizajes formales, sino de generar contextos donde puedan explorar con libertad, disfrutar de escribir —aunque aún no conozcan las letras—, inventar historias, jugar con palabras, expresarse a su manera.
En este sentido, durante la primera infancia, acompañar la escritura temprana implica dar valor a sus producciones, comprender que detrás de un “escrito” hay mucho más que letras: hay intención comunicativa, hay emociones, hay pensamiento. Y desde ahí, podemos abrir espacios, materiales y tiempos que inviten a expresarse con libertad y sin miedo al error.
Como conclusión podemos decir que fomentar la expresión escrita desde la primera infancia es introducir a los peques en el mundo de las letras y su potencial comunicativo. No se trata de acelerar procesos, sino de ofrecer escenarios ricos, materiales variados y adultos disponibles que acompañen sin presión. Escribir es mucho más que juntar letras: es dar forma a lo que uno piensa, siente, imagina. Y cuanto antes descubran que tienen algo que decir —y que su palabra importa—, más fuerte será el vínculo que construyan con la escritura a lo largo de su vida.
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