La sala de psicomotricidad es una de las zonas más importantes de la escuela. En ella el protagonista es, principalmente, el desarrollo motor de los peques. Este desarrollo es una de las bases del aprendizaje en la etapa de Educación Infantil, eso es por que a través del movimiento, los peques no solo fortalecen su cuerpo, también exploran el espacio. Además, desarrollan su coordinación, toman conciencia de sí mismos y aprenden a relacionarse con su entorno y con los demás. Cada salto, cada carrera, cada caída controlada es una oportunidad para ganar seguridad, autonomía y confianza.
La psicomotricidad, entendida como un enfoque que vincula lo corporal con lo emocional y lo cognitivo, es clave para acompañar este proceso. Por eso, la escuela debe disponer de un espacio adecuado para trabajar la motricidad y los adultos hacer propuestas divertidas, lúdicas y atractivas que animen a los peques a participar. En este caso, nos centraremos en el uso de los circuitos con obstáculos. Estos objetos no son solo una forma de “gastar energía”, sino también una vía lúdica para fortalecer el cuerpo, aprender a regularse y mejorar habilidades como el equilibrio, la coordinación, la fuerza o la planificación del movimiento.
El aula o sala de psicomotricidad debe ser, ante todo, un espacio seguro, versátil y estimulante. No hace falta que sea muy grande, pero sí que permita el movimiento libre, el juego grupal y el uso de materiales variados. Lo ideal es que los peques lo vivan como un lugar diferente al resto del aula: un espacio donde el cuerpo tiene protagonismo y donde está permitido saltar, rodar, arrastrarse, trepar y explorar sin miedo.
Es importante que el adulto actúe como observador activo, proponiendo sin imponer, ofreciendo materiales sin dirigir siempre el juego, y acompañando emocionalmente cada experiencia. El objetivo no es que “hagan bien” una tarea, sino que se expresen corporalmente, que prueben sus límites, que disfruten del movimiento y que aprendan a confiar en su propio cuerpo.
Jugar con obstáculos es mucho más que moverse: es una forma de crecer, de probarse, de superar miedos y de descubrir que el cuerpo también es una herramienta para pensar, sentir y aprender. A través del juego motor, los peques desarrollan habilidades fundamentales para su vida diaria, construyen confianza en sí mismos y se preparan para retos cada vez más complejos. Y lo hacen de la mejor manera posible: jugando, riendo, cayendo, levantándose y volviendo a intentarlo.
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